¿Te ves a menudo en situaciones donde tienes la imperiosa necesidad de ayudar, cuidar y rescatar al otro? ¿Sientes que siempre debes estar ahí para los demás aun cuando eso implique dejarte a un lado?

Este patrón de comportamiento es lo que se conoce como “síndrome del salvador”. La tendencia   incontrolable de ayudar al otro pasando por encima las propias necesidades tanto físicas como emocionales.

Detrás de esta actitud suele esconderse una necesidad humana muy legítima: la necesidad de reconocimiento: sentirnos valorados y respetados. Como seres sociales por naturaleza, anhelamos sentir que importamos, que somos significativos para los demás. Sin embargo, en ocasiones, podemos llegar a desarrollar estrategias desadaptativas para satisfacer esta necesidad y acabar estableciendo dinámicas relacionales disfuncionales como esta, donde una persona asume el rol de «salvador» y la otra el de «salvado».

Ser conscientes de esta manera de comportarnos en las relaciones es fundamental, para poder así, trabajar sobre ello y aprendernos a vincular de una manera más funcional y adaptativa.

Características que me ayudan a identificarlo

-Te esfuerzas constantemente por cumplir con las expectativas ajenas.

-Tiendes a ayudar a los demás aun cuando no te reclaman esa ayuda.

-Buscas diferentes maneras de ayudar al otro, anticipándote a posibles consecuencias futuras.

-Dejas de lado asuntos sin resolver y tus propias tareas para atender a las del otro en primer lugar.

-Te sueles involucrar en mayor medida con personas que tienen algún problema, están atravesando situaciones difíciles e identificas como más vulnerables.

-Sientes que eres imprescindible para el otro y desconfías de su capacidad para resolver su dificultades.

-Experimentas malestar y sentimiento de culpa si no puedes responder a las demandas del otro.

-Te cuesta negarte a ayudar y decir “NO”, incluso cuando estás al límite.

-Tu valía depende de cuanto ayudas, cuan disponible estás o como me ven los otros.

¿Qué impacto tiene este patrón de comportamiento en el otro y en uno mismo? 

Este tipo de personas tienden a valorar la imagen de si mismos, en base a la capacidad para ser útil y necesitado por el resto.

Esta atención constante a los otros y a sus demandas, les hace desconectar de las suyas propias al mismo tiempo que les dificulta a la hora de pedir ayuda.

Se vinculan en las relaciones a través de este rol “salvador” y pueden llegar a  proyectar en el otro la imagen de ser una persona “ salvada”,“ rescatada”, construyendo relaciones dependientes y vínculos no seguros.

Para el “salvador”, el constante esfuerzo por ayudar a los otros, le puede llevar a un agotamiento físico y mental que acabe derivando en un malestar significado, impactando en diferentes áreas de su vida. En muchas ocasiones acompañado de sentimiento de culpa.

Por otro lado, “el salvado”, termina no haciéndose responsable de lo que le sucede y lo acaba  atribuyendo siempre a factores externos. Se muestra inseguro en la toma de decisiones y recurre a la queja constante como demanda de atención.

Cómo trabajarlo

Para poder trabajar sobre ello es fundamental ser conscientes de esta manera en la que vamos a las relaciones.

Observar desde qué lugar nos relacionamos y comprender que nos hace vincularnos desde ese prisma y la función que cumple, es esencial para iniciar un proceso de cambio real.

En este camino, resulta clave comenzar a establecer limites saludables y tratar de encontrar un equilibro entre el cuidado al otro y el cuidado a uno mismo.

No se trata de dejar de ayudar, sino de hacerlo desde un lugar más consciente y sostenido en el deseo, no en la obligación.

En este sentido, es imprescindible generar espacios de autocuidado: tiempos y prácticas dedicadas a atender nuestras propias necesidades, físicas y emocionales. Cuidarse no es un acto egoísta, sino una condición necesaria para poder vincularnos de forma más sana.

Por último, es fundamental cuestionarnos la forma en que ayudamos, si lo hacemos desde el “deber” o desde el “querer”. Comprender la ayuda al otro como una elección genuina, y no como una obligación impuesta marca una diferencia profunda en nuestras relaciones.

Pasar del “deber ayudar” al “querer ayudar” nos permite construir vínculos más seguros y equilibrados.

RECUERDA QUE ayudar y cuidar de los demás es necesario y al mismo tiempo satisfactorio, pero no debería pasar por encima del propio bienestar y autocuidado.

Pregúntate ¿Qué necesito yo?, ¿Cómo me cuido?, ¿ Qué espacios y momentos en mi día a día me dedico a mi?. Prioriza tu autocuidado para también así, poder cuidar del otro.

 

[Celia Herráez Delgado]

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