El concepto de mecanismos de defensa es uno de los pilares fundamentales del psicoanálisis. Introducidos por Sigmund Freud y desarrollados más adelante por su hija Anna Freud, estos mecanismos son estrategias que nuestro inconsciente utiliza para protegernos de pensamientos, emociones o situaciones que resultan demasiado dolorosas o conflictivas para nuestro consciente.

 

¿Qué son los mecanismos de defensa?

Podríamos decir que los mecanismos de defensa son procesos psicológicos automáticos e inconscientes que nos protegen del malestar psicológico. Estos mecanismos actúan como una barrera para evitar que ciertas emociones, deseos o impulsos reprimidos lleguen a la conciencia, permitiéndonos seguir funcionando sin ser abrumados por la angustia.

Freud creía que estos mecanismos estaban estrechamente relacionados con el conflicto entre las tres partes de la psique: el Ello (los deseos e impulsos más primitivos), el Yo (la parte consciente que negocia entre el ello y la realidad) y el Superyó (la moral interna o conciencia). Los mecanismos de defensa son la respuesta del yo para mantener el equilibrio entre los impulsos del ello y las normas del Superyó. Los principales mecanismos de defensa son:

 

  • Represión:
    Consiste en bloquear o «enterrar» en el inconsciente pensamientos, recuerdos o impulsos que resultan demasiado perturbadores para enfrentar conscientemente. Aunque no somos conscientes de lo que hemos reprimido, estos contenidos reprimidos siguen influyendo en nuestras emociones y comportamientos.
    Por ejemplo, alguien que ha vivido un trauma en la infancia puede reprimir ese recuerdo para evitar el dolor emocional, aunque este trauma pueda seguir afectando su vida de manera inconsciente.

 

  • Proyección:
    Atribuimos a otras personas pensamientos o sentimientos que en realidad nos pertenecen pero que no podemos aceptar. Este mecanismo funciona como una forma de “deshacerse” de emociones o impulsos que consideramos inaceptables.
    Por ejemplo, una persona que siente envidia hacia un compañero de trabajo puede proyectar ese sentimiento y acusar a la otra persona de envidia. En lugar de reconocer su propia emoción, la coloca en el exterior.

 

  • Desplazamiento:
    Ocurre cuando redirigimos nuestros impulsos o emociones hacia un objeto o persona menos amenazante. Es una forma de liberar la tensión emocional sin enfrentarnos a la fuente real del conflicto.
    Por ejemplo, si una persona se siente frustrada con su jefe pero no puede expresar esa frustración directamente, puede «desplazar» ese enojo hacia un amigo o familiar, actuando con enfado hacia ellos.

 

  • Racionalización:
    Justificamos comportamientos o sentimientos inaceptables con explicaciones lógicas o socialmente aceptables, pero que no son las verdaderas razones de nuestras acciones. Nos permite evitar el malestar que surge de la culpa o la contradicción entre lo que hacemos y lo que creemos que deberíamos hacer.
    Por ejemplo, alguien que no consigue el trabajo que deseaba podría decirse a sí mismo que en realidad no le interesaba tanto, cuando en realidad está decepcionado. La racionalización actúa como una excusa que enmascara la emoción real.

 

  • Formación reactiva:
    Transformamos un impulso inaceptable en su opuesto. Este mecanismo de defensa nos permite expresar de manera segura emociones que consideramos inapropiadas o que nos provocan ansiedad.
    Por ejemplo, una persona que siente hostilidad hacia otra puede mostrar una actitud extremadamente amable y afectuosa hacia ella. En lugar de reconocer su hostilidad, la persona expresa el impulso contrario, creando una defensa frente a los sentimientos negativos.

 

  • Negación:
    Consiste en rechazar la realidad de una situación o hecho porque resulta demasiado doloroso o perturbador. Al negar la existencia de algo que nos produce dolor evitamos enfrentarnos a sus consecuencias emocionales.
    Por ejemplo, alguien que ha perdido a un ser querido puede actuar como si la muerte no hubiera ocurrido, negando el hecho para evitar el dolor del duelo.

 

  • Sublimación:
    Transformamos los impulsos inaceptables en actividades socialmente aceptables o incluso constructivas. En lugar de reprimir los impulsos, la sublimación canaliza esas energías de manera positiva.
    Por ejemplo, una persona con impulsos agresivos puede sublimar esa energía a través del deporte o el arte. Este mecanismo permite que los impulsos del ello se expresen de una manera que no cause daño a uno mismo ni a los demás.

 

  • Regresión:
    Ocurre cuando retrocedemos a etapas anteriores del desarrollo psicológico cuando enfrentamos situaciones de estrés o ansiedad. Al regresar a comportamientos más infantiles, tratamos de encontrar una sensación de seguridad que hemos perdido.
    Por ejemplo, una persona adulta puede comenzar a actuar de manera dependiente o inmadura cuando se enfrenta una situación de mucha presión, buscando el consuelo que solía recibir en la infancia.

 

Los mecanismos de defensa son esenciales para el funcionamiento mental, al fin y al cabo son herramientas del inconsciente que nos ayudan a lidiar con el malestar emocional y los conflictos internos; nos pueden proteger de experiencias emocionales abrumadoras. Sin embargo, cuando estos mecanismos se usan en exceso o de manera desadaptativa, pueden impedirnos enfrentar la realidad de manera constructiva y limitar nuestro crecimiento emocional. En los procesos terapéuticos se entiende que, aunque estos mecanismos pueden ser necesarios en ciertos momentos y gracias a ellos hemos podido sobrevivir al dolor y al malestar, también es crucial hacerlos conscientes para poder enfrentarnos a nuestras emociones de manera más directa y saludable. Reconocer el momento en que se ponen en marcha esos mecanismos de defensa nos da la oportunidad de entendernos mejor, hacer cambios y crecer emocionalmente.

En terapia trabajamos para identificar las formas de relacionarnos con sentimientos desagradables y cambiarlas. Si sientes que es el momento de cambiar, contacta con nosotras.

 

[Elena González Armengot]

WhatsApp chat
Call Now Button