Otoño de 2021, primavera de 2022, otoño de 2022, retocado 01 y 02/2023

«Querida Almudena,

He aquí una carta imaginaria».

 

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A quien quiera leerla,

Herido hasta la médula, en busca de ayuda, nada más llegar lo veo, enseguida lo adivino; ese banco, ahí en la acera, y yo, vamos a ser amigos.

Repleto de dudas, colmado de pavor y lleno de valor, voy a consulta.

Es un banco de ciudad, de madera, con su estructura metálica. Débil paliativo de plaza mayor para algunos exiliados de pueblo, cuando aprieta el calor.

No es un instrumento conocido como un banco de sangre o un banco de médula. No. Es otra cosa, más discreta, más disimulada (discreta, ¿verdad?), menos conocida, menos adulada.

Terapia. Una vez que la has probado, la necesitas, hasta la deseas. Se te pega como una medusa. Habláis, probáis técnicas, desde una ciencia que parece infusa. Cada sesión te aclara un poco la mente confusa.

En compañía de lágrimas, hasta llantos, sonrisas o risas. Millones. Hay días duros que te revuelven el estómago con emociones.

Como dice M. Knopfler, “Every wounded soldier needs a lady with a light to help him through the night”. Pues estos últimos años, me parece a mí que este servidor herido de muerte ha encontrado a esa persona con la luz adecuada, cerca del banco de madera…

Le doy las gracias a Google Maps por haberme guiado hasta aquel objeto colocado en la salida del túnel. Te señala la luz al final de tu propio túnel.

El sitio que te comento resplandece de una luz interna. No está en Antequera, no está en Dena. Aunque es semisótano sin ventana (incluso sin semi), no te lleves la linterna, luce como en Chiclana. Está donde Almudena. No tiene parangón. El Silver Lining se va formando poco a poco.

Cual Bradley en “Regarding Henry”, sentado en la cocina delante de una cerveza, sabe decir lo que necesitas oír, sentada en su consulta, con un nivel inmenso de confianza.

Le estaré eternamente agradecido.

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[Paciente C.V.]

 

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