Cuando experimentamos un período vacacional largo, es muy común encontrar diferentes síntomas que englobamos en lo que popularmente etiquetamos como “síndrome postvacacional”.
Estos síntomas pueden ser tanto emocionales, como físicos. Podemos sentir apatía, tristeza, cansancio, malestar, irritabilidad, o alteración del sueño, lo que inevitablemente va a afectar a nuestro comportamiento. Estas situaciones se pueden relacionar con cuadros ansiosos, estresantes o de carácter depresivo, aunque tengan una periodicidad corta.
Pero, ¿qué puede generar esta sensación?
Los períodos de vacaciones se caracterizan por ser momentos de mayor flexibilidad, reducción de responsabilidades, momentos de disfrute y posibilidad de conectar en mayor medida con nosotros y nosotras mismas.
Esta conexión permite que podamos reflexionar sobre nuestro día a día, volver a analizar lo que es importante en nuestra vida o lo que nos genera sufrimiento y queremos cambiar. También podemos plantear nuevos caminos que queramos tomar o fortalecer aquellos que nos aportan seguridad y bienestar.
Pero también generan otro tipo de consecuencias, puesto que solemos perder las rutinas que nos marcamos a lo largo del año.
Volver a la rutina ¿puede ser bueno?
Aunque aparentemente las rutinas nos evoquen rigidez, son buenas a nivel cerebral. Nos permiten ahorrar energía mental, dan sentido, coherencia, continuidad y reducen el esfuerzo que supone responder a todas las responsabilidades que forman parte de lo cotidiano.
Gracias a esto, podemos dedicar algo de nuestra energía a participar en actividades que son importantes y que nos ayudan a conectar con proyectos, expectativas e ilusiones.
Aun así, las rutinas no tienen por qué llevarse siempre de la misma forma y es necesario permitir cierta flexibilidad.
Entonces, ¿qué tengo que tener en cuenta?
Cuando volvemos de vacaciones, la readaptación probablemente dure unos días, por lo que vamos a necesitar disponer de tiempo para programar y reorganizar esas rutinas que habíamos olvidado.
Esto puede suponer una bajada del nivel de rendimiento al que estamos acostumbrados y acostumbradas y la posibilidad de que aparezcan los síntomas que se nombraban con anterioridad.
Para que esta situación no sea tan aguda, es importante:
- Plantearnos si existe la posibilidad de poner límites a nivel laboral.
- Repartir las responsabilidades compartidas para que no pesen tanto.
- Buscar momentos y actividades que nos conecten con el disfrute.
Estas acciones no solamente tienen que aparecer esos primeros días. Corresponde con un cambio de perspectiva, ya que no es saludable colocar la mayor parte de las motivaciones personales en estos períodos de descanso. Lo ideal es incluir situaciones placenteras en nuestro día a día, aunque sean pequeñas.