La sociedad occidental en la que vivimos y nos desarrollamos, centrada en la productividad e inmediatez, fomenta sentimientos de baja tolerancia a la frustración, el miedo a la incertidumbre, el perfeccionismo y la necesidad de control. Crecemos sintiendo que no somos suficientes o valiosos si no producimos diariamente, o si no cumplimos con las expectativas y los mandatos sociales, que provienen de nuestras familias, o del resto del entorno. Estos mandatos sociales y reglas explícitas e implícitas conforman, poco a poco, quiénes somos, o lo que es lo mismo, nos ayudan a crear nuestro guion de vida.

 

¿Cuáles son estos mandatos?

En relación a estas exigencias, Martorell (2011) describe cinco tipos de mensajes que podemos recibir y que contribuirían a la formación de un guion vital: “Sé perfecto”, “inténtalo una y otra vez”, “date prisa”, “complace”, “sé fuerte”.

No es de extrañar que estos mensajes, aún tan aceptados socialmente, provoquen en las personas sentimientos de fracaso, vergüenza e infelicidad. Se trata de órdenes que resultan imposibles de cumplir ya que nunca se es “perfecto del todo”, porque nunca se puede cumplir del todo con esos imperativos.

 

¿Qué pasa cuando no cumplimos con los mandatos?

Cuanto más negamos nuestra incapacidad de seguir estas órdenes y más nos esforzamos en cumplirlas, peores son las consecuencias. Las emociones principales que acompañan a la experiencia de fracaso son la vergüenza y la culpa. Estas emociones nacen con una función adaptativa y protectora, por ejemplo, cuando fallamos a alguien, cuando vivimos un rechazo, una humillación o un juicio, por lo que nos lleva a escondernos y “protegernos” de aquello que nos ha dañado, pero en la mayoría de las ocasiones producen el efecto contrario, ya que estos sentimientos se suelen experimentar de forma muy negativa y no nos ayudan a transformar.

Cuando vivimos con fracaso el no cumplir con los mandatos que tenemos internalizados, nos sentimos inadecuados e incluso defectuosos, integrando en nuestro diálogo interno mensajes de castigo y reproche, que se convierten en crítica hacia nosotros mismos: “¿Por qué dije aquello?”. “¿Por qué me comporté así en aquella situación?”. “¿Por qué no me sale nada bien?”.

 

De la vergüenza a la Autocrítica

Aunque a priori esas críticas hacia nosotros mismos y la vergüenza asociada nacen con una función de automejora, esa voz se va transformando en una figura perseguidora que nos insta a cambiar; pero que también nos recuerda que somos inadecuados.

A esta figura castigadora se la denomina Autocrítica o Crítico Interno, y es una de las principales causas de sufrimiento psicológico. De esta forma, nos dividimos en dos partes: la parte crítica y la parte víctima.  Nuestra parte víctima puede irse haciendo más pequeñita y más débil mientras que la crítica se hace más fuerte y cada vez nos critica más y más. Esto nos lleva a sentir vergüenza y tristeza, y a rechazar nuestras necesidades emocionales para callar al crítico interno. Pero a la larga, ceder ante la crítica nos provoca más sufrimiento porque no estamos pudiendo atender y satisfacer nuestras necesidades emocionales.

 

¿Qué podemos hacer frente al Crítico Interno?

  • Desarrollar una mirada compasiva hacia nosotros/as mismos, reconociendo y validando nuestro sufrimiento y teniendo deseo de aliviarlo.
  • Comprender que el sufrimiento y los fallos forman parte de la condición humana.
  • Aceptarnos a nosotros mismos.
  • No sobre identificarnos con nuestra experiencia de sufrimiento, fracaso o vergüenza.
  • No evitar el dolor sino, atenderlo y darle un espacio para integrarlo.

 

Desarrollar una mirada compasiva debe nacer siempre desde el deseo de cuidarnos y no desde la exigencia.

Si sientes que tienes dificultades en identificar cómo es tu discurso interno o los mandatos que sigues. O si por otro lado sientes que tienes dificultad para cambiar de una mirada autocrítica a una más autocompasiva, estamos aquí para acompañarte.

 

[Elena González Armengot]

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