Cuando nos relacionamos, cuando establecemos vínculos con otras personas, construimos dinámicas guiadas por los procesos psicológicos internos. Estos procesos generalmente son inconscientes y actúan como mecanismos automáticos que nos hacen comportarnos de una manera u otra con el fin de evitar nuestro sufrimiento (aunque a largo plazo en ocasiones sea esto, paradójicamente, lo que nos generen). Para poder observar y entender lo que ocurre y poder tomar consciencia, el psicólogo Karpman propuso en 1968 el triángulo dramático, un modelo que describe tres roles o posiciones que podemos tomar cuando interactuamos con otra persona: salvador, víctima y perseguidor.

 

Salvador

El rol del salvador se caracteriza por ser el encargado de los cuidados de los demás sin que estos cuidados o atención sean pedidos. Se sitúa en un lugar de superioridad, ya que ve a los demás incapaces de resolver sus problemas o conflictos y el “salvador” los soluciona por ellos. Es por tanto un rol de codependencia, creando en los otros la necesidad de ser ayudados por él. Cuando nos encontramos en este rol, buscamos inconscientemente evitar nuestro propio malestar y para ello prestamos atención al de los demás, lo que, además, nos da sensación de sacrificio y reconocimiento social. El mensaje que identifica a las personas que se encuentran en esta posición del triángulo sería “No te preocupes, ya lo hago yo” “Qué bueno/a soy”.

 

Víctima

El rol de la víctima se caracteriza por la sensación de indefensión, de no ser válido ni capaz de encargarse de sí mismo ni de sus conflictos, además de sentir que se encuentra siempre en un lugar de sufrimiento (que no puede aliviar ni resolver por sí mismo). En el triángulo dramático, se sitúa en un lugar de inferioridad, buscando, o bien que le resuelvan y le ayuden (por el salvador), o que le hagan sentir culpable e incapaz, confirmando así su creencia de sí mismo desvalido (por el perseguidor). La queja, el pensamiento catastrófico, la sensación de que la vida es injusta con ellos y la búsqueda de dirección por parte de los demás caracterizan también a este rol. Cuando nos encontramos en esta posición, buscamos evitar entrar en contacto con nuestro malestar y tomar responsabilidad, pudiendo así caer en una postura infantil. El mensaje que identifica al rol de víctima sería “No puedo, pobre de mí”.

 

Perseguidor

El rol de perseguidor, al igual que el de salvador, se sitúa en un lugar de superioridad. Esta posición se caracteriza por emitir críticas, juicios, reproches y castigos a los demás, siendo el rol más hostil de los tres. A través de infundir culpa y miedo pretende movilizar a los demás a cambio de satisfacer sus necesidades, evitando hacerse cargo de sí mismo y orientando toda su atención y recursos a las acciones del resto. Así, evita hacer autocrítica y observar los fallos que él ha podido cometer o el daño que ha podido generar. La sensación de enfado, impaciencia y la ofensa caracterizan a este rol. El mensaje que identifica a la posición del perseguidor sería “Todo lo haces mal, no como yo”.

 

¿Qué ocurre cuando nos establecemos en esos roles?

Podemos observar que cada una de estas posiciones reporta una serie de beneficios secundarios: no tomar responsabilidad, no entrar en contacto con la vulnerabilidad y no atender nuestro propio malestar. Aunque en el momento presente esto se pudiera  percibir como algo positivo, en el largo plazo viviremos las consecuencias de situarnos en cualquiera de estas tres posiciones: la incapacidad para conectar desde la vulnerabilidad con los otros, la frustración y el enfado continuos, el miedo paralizante y el no tomar responsabilidad de mis sentimientos ni mis acciones. Y es que, cuando alguno de estos roles se convierte en algo estable y que reproducimos en todas nuestras relaciones interpersonales de manera inconsciente, comenzamos a vivir los perjuicios de estos patrones rígidos.

Para poder salirnos del triángulo dramático y no reproducir estos roles, el primer paso es tomar consciencia de dónde nos solemos situar. Para ello podemos preguntarnos, por ejemplo, cuando veo a una persona cercana quejarse, ¿cómo me siento? ¿qué le digo? O, ¿me quejo yo, me lo permito?

 

En psicoterapia observaremos y exploraremos nuestras dinámicas, emociones y qué podemos hacer con ellas, tomando consciencia y responsabilidad hacia el cambio. Si sientes malestar tus relaciones personales, no dudes en contactar con nosotras para iniciar un proceso terapéutico que te permita construir y disfrutar de relaciones satisfactorias.

 

[Elena González Armengot]

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