Últimamente y cada vez con más frecuencia, aparecen en consulta personas que en primera sesión exponen haber tenido síntomas de ansiedad, e incluso ataques de pánico en los últimos meses.

Cabe destacar que la ansiedad se puede entender como un mecanismo que permite a cada individuo tomar acción cuando se enfrenta a una situación nueva o complicada y que requiere un plus de energía. El problema comienza cuando este estado de alarma se empieza a mantener en el tiempo, lo que produce cansancio en el organismo y empieza a afectar a todos o la mayoría de los ámbitos de tu vida.

 

¿Cómo he podido llegar hasta aquí?

En general, se tiende a distinguir en un primer momento una serie de señales físicas como las palpitaciones, la falta de aire, la opresión en el pecho o los dolores estomacales, pero probablemente muchos otros signos hayan pasado inadvertidos.

Más allá de lo físico, también se diferencian síntomas conductuales, emocionales y cognitivos:

  • Físicos: otros conocidos pueden ser la tensión muscular, la sudoración excesiva y la ausencia o aumento de apetito.
  • Conductuales: donde se enmarca la necesidad de comer compulsivamente o dejar de comer, aumentar el consumo de sustancias e incluso la aparición de tics de carácter nervioso.
  • Emocionales: como cambios de humor sin motivo aparente, inquietud, irritabilidad o ganas de llorar.
  • Cognitivos: cuando se da una dificultad en la concentración, en la memoria o en la atención, dificultad para tomar decisiones y mayor lentitud en el pensamiento lógico.

 

¿Qué me pasa que no puedo?

En la sociedad actual se da gran importancia a la productividad, donde se promueve cada vez más esa idea de “aprovechar el tiempo”, tanto a nivel laboral, como a nivel personal.

Esta concepción tiende a mantener ese estado de alarma de manera indefinida, ya que en la instantaneidad del momento, “siempre se puede hacer algo más”.

No solamente pasa en el ámbito laboral, sino en las responsabilidades del hogar o, incluso, en muchas ocasiones en el ocio, donde parece que importa más hacer un «checklist» que disfrutar o vivir ese momento.

Dentro de esta problemática social, es necesario que dentro de los contextos en los que se puede tener una mayor libertad de elección, no se pierdan de vista los motivos y los objetivos por los que se ha decidido hacer cada cosa.

 

¿Realmente lo estoy intentando lo suficiente?

La autoexigencia, ese Pepito Grillo que se sienta en el hombro y te quiere hacer creer que todo está en tu mano y bajo tu control, por lo que, si las cosas no salen como esperabas, parece que irremediablemente el fallo ha sido tuyo.

Hay que recordar que el cerebro no deja de ser un órgano que, como los demás, también tiene sus limitaciones. Es importante conocerse, así como los indicadores físicos, emocionales, conductuales y cognitivos que muestran en qué grado de esfuerzo se está en cada momento.

Esto permitirá que, en la medida de lo posible, se intenten tomar esas pildoritas que permiten bajar un poco el nivel: como un paseo, un encuentro con personas queridas, o la necesidad de descansar.  Si esto no es suficiente, quizá se haya traspasado el límite hacia un mayor grado de estrés, que requerirá un trabajo más profundo.

Si alguien se rompe una pierna, es evidente que, tanto el entorno, como uno mismo o una misma, entienden la necesidad de cuidarse y reposar. Por eso, hay que empezar a tomar conciencia de que, aunque no se pueda ver, la salud mental es igual de importante y si el vaso se llena, al final todo se desborda.

 

[Carmen Santamaría Justo]

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