En la entrada anterior del blog pudimos conocer qué es el triángulo dramático y qué posiciones sugería el psicólogo Karpman: salvador, víctima y perseguidor. Se trata de posiciones que no son fijas ni estáticas, de manera que cuando interactuamos con otra persona, podemos ir alternando entre una u otra. No obstante, ante determinados conflictos o sentimientos podemos tender a situarnos en un lugar concreto. Es ahí cuando surgen los problemas, cuando los roles se hacen estables. En estos casos las relaciones pueden volverse tensas y generar malestar.

Por tratarse de la figura de un triángulo, cuando una persona se encuentra en uno de los vértices, deja dos posiciones alternativas a la otra. Si, por ejemplo, ante un evento desagradable me sitúo en el rol de la víctima, quejándome sin tomar acción, la otra persona solo podrá situarse o como salvadora (y aliviar y resolver mi sufrimiento por mí) o como perseguidora (castigándome por quejarme e insistiéndome en mi dolor).

En cada acción puede cambiarse de posición. A continuación veremos las dinámicas o “enganches” habituales entre roles.

 

El salvador con la víctima

Las quejas constantes de la víctima enganchan al salvador, que está deseoso de ayudar y hacer las cosas por el otro, dejando sus propias necesidades de lado. Esto genera que la persona que tiende a situarse como víctima deje de hacer cada vez más cosas por sí misma, ya que será el salvador quien actúe por ella. La víctima cada vez más pierde agencia sobre sus acciones, cediéndola al salvador. Éste, por su parte, cada vez más dejará de lado sus necesidades y actividades por atender a la víctima. Así, puede desarrollarse una relación de dependencia, donde la víctima renuncia a su independencia en pos de la resolución que el salvador le ofrece, y el salvador también renuncia a su individualidad para poder estar disponible para la víctima. Esto refuerza dinámicas en las que la víctima se sienta incapaz o inútil y el salvador se sienta capaz y superior a la víctima.

 

El perseguidor con la víctima

El perseguidor, a través de críticas, juicios, reproches y castigos pretende infundir culpa y miedo a la víctima, la cual, ante esta descarga de hostilidad confirmará sus creencias acerca de sí misma como incapaz. Esto produce sentimientos de superioridad en el perseguidor, ya que la víctima se comportará acorde a las críticas que el perseguidor haya emitido, y sentimientos de inferioridad en la víctima. Esta dinámica promueve que la víctima confirme esas creencias acerca de sí misma y se reafirme en su rol, tendiendo cada vez más a la queja por las instigaciones del perseguidor. Éste, por su parte, tenderá a recurrir a la víctima para descargar su ira y confirmar que “tiene razón” acerca del comportamiento infantil de la víctima.

 

El perseguidor con el salvador

La tendencia de cuidar del salvador le permite transigir el comportamiento hostil del perseguidor para evitar los conflictos. Esto genera que el perseguidor se asiente con comodidad en ese rol, ya que no se le discute ni niega, confirmando sus creencias acerca de sí mismo. El salvador, por su parte, sentirá gratificación cuidando del perseguidor, sin observar las agresiones que recibe y dejándolas pasar, creyendo que así está siendo comprensivo. En esta dinámica los dos roles se sienten en lugares de superioridad, ya que el perseguidor sentirá que tiene razón en su hostilidad (ya que el salvador no presentará resistencias ante su comportamiento) y el salvador, a través de la condescendencia, sentirá que está ayudando al “pobre” perseguidor (que, bajo su mirada, no es capaz de dejarse llevar por su enfado).

 

Movimientos habituales entre los roles

Como hemos comentado, en cada acción se puede cambiar de posición o de rol, y en función de las emociones que sienta cada persona derivadas de las acciones de la otra, se producirán estos cambios.

Por ejemplo, cuando la víctima comienza a sentirse inferior por la excesiva ayuda del salvador o por sentir que éste no la está ayudando, puede sentir enfado y perseguir al salvador.

El perseguidor, si conecta con la emoción de la culpa por el daño que sus acciones han generado, puede cambiar a la posición de víctima, haciendo que la persona que se encontraba en el rol de la víctima se mueva al rol de salvador ante la emoción de culpa e inferioridad de la otra persona por haber causado dolor.

El salvador, si la víctima no le agradece su ayuda, puede cambiar al rol de perseguidor guiado por la emoción de enfado, castigando a la víctima y haciéndole consciente de manera activa de su incapacidad.

Estos roles y dinámicas, aunque no es negativo per se, sí puede afectar a nuestras relaciones interpersonales. En psicoterapia podemos reconocerlos, y tomar consciencia y responsabilidad, generando un cambio y una mayor sensación de bienestar.

 

[Elena González Armengot]

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