El duelo es un proceso interno que se produce ante la pérdida de una relación afectiva, desde el cambio de vivienda, de trabajo, ruptura y/o divorcio, la muerte de un ser querido, etc. Cualquier pérdida que se produzca, tiene la facultad de romper con nuestras expectativas previas sobre la continuidad de la vida o de la relación con nuestro ser querido; la realidad se antepone y puede llegar a ser difícil de asimilar, con sentimientos de conmoción, aturdimiento, pánico o confusión en un primer momento, lo que puede dificultar o evitar la plena conciencia de una realidad que resulta demasiado dolorosa para asumirla.
Estas reacciones son naturales ante la pérdida y ponen de manifiesto nuestras dificultades para asimilar la noticia que nos cambia el presente y todas las expectativas depositadas en el futuro. Pueden aparecer también experiencias “intrusivas” (preocupación, pesadillas, flashbacks), sobre todo, son especialmente comunes e intensas en los casos de pérdidas traumáticas.
El duelo según Robert A. Neimeyer
Este autor entiende el duelo como un proceso dividido en distintas etapas que, a partir de la pérdida, se van sucediendo hasta recomponer el equilibrio inicial. Al enfrentarnos a la dureza de la noticia podemos reaccionar empleando distintos mecanismos:
- Evitación. En casos en los que las circunstancias son ambiguas, con poca claridad, se pueden llegar a vivenciar con mayor intensidad originando que nos aferremos a una “pseudoesperanza” imaginando que el ser querido ha sobrevivido y/o que volverá para estar con nosotros/as. Tendemos a poner excusas para justificar lo que ha sucedido, bordeando el camino de la aceptación, hasta que llega la obligada aceptación de los hechos. En el caso de fallecimientos o pérdidas más obvias, aunque se reconoce desde el principio, la persona que ha perdido al ser querido se comporta como si este aún estuviera vivo, actuando con normalidad, por ejemplo, manteniendo conversaciones con fotografías, además de espejismos o confusiones con otras personas en la multitud.
- Asimilación. A medida que vamos absorbiendo gradualmente el impacto de la pérdida en los días y semanas siguientes, empezamos a preguntarnos: “¿Cómo voy a poder seguir viviendo sin esta persona importante?”. Después de la confusión y una vez externalizadas nuestras emociones, como la ira, empezamos a experimentar la soledad y la tristeza con toda su intensidad, en los diferentes contextos de nuestra vida cotidiana (cuando llegamos a casa y no encontramos a nadie con quien entablar una conversación de cómo nos ha ido el día, por ejemplo)
- Acomodación. Tanto la angustia, como la tensión características de la fase de asimilación empiezan a ceder en la dirección de la resignación y aceptación de la realidad, y empezamos a preguntarnos: “¿Qué va a ser de mi vida ahora?”. Aunque la añoranza y la tristeza siguen presentes meses o años después de la pérdida, nuestra concentración, autocontrol emocional sobre la situación y funcionalidad tienden a mejorar. De manera paulatina, nuestros hábitos de cuidado personal, alimentación y descanso vuelven a niveles previos.
Sensaciones y reacciones habituales ante la pérdida de un ser querido
- Las sensaciones físicas más comunes suelen ser: de aturdimiento, sentimientos de “irrealidad”, sentirse distanciado o separado de su entorno más cercano.
- A nivel conductual, puede aparecer bloqueo psicológico con imposibilidad de llevar a cabo actividades de la vida diaria. A medida que vamos siendo más conscientes de la realidad de la pérdida, emergen reacciones emocionales más vividas y búsqueda incesante de culpables o responsables. En otros casos, emergen en un proceso privado que sólo conocen ellos/as mismos/as, ya que intentan controlar sus expresiones emocionales en presencia de otras personas.
- Ante sentimientos de desesperación, solemos limitar nuestra atención y nuestras actividades, distanciándonos del mundo social y dedicando cada vez mayor atención a la propia elaboración del duelo para adaptarnos a la pérdida. Habitualmente aparecen imágenes intrusivas o reflexiones sobre la persona desaparecida.
- El estrés prolongado afecta a nuestra salud también física, tanto a nuestro sistema inmunológico como cardiovascular, pudiendo provocar fallos cardíacos en casos extremos. Además de la aparición de nerviosismo, las sensaciones de embotamiento, las náuseas y los trastornos digestivos, entre otros. Aún así, la mayoría de las personas que han sufrido una pérdida acaban superando este estrés fisiológico.
- A nivel cognitivo, la negación de la realidad puede llevarnos en un determinado momento a comportamos como si nunca hubiera sucedido ese acontecimiento, y cuando conectamos con la realidad de los hechos, nos vemos invadidos/as de nuevo por el dolor y la angustia. En cierto modo, no mirar siempre al problema nos ayuda a dosificarlo. El desafío por tanto, es el de reconocer la realidad de la pérdida para elaborarla.
- Después de una larga espera y la llegada de la mala noticia, la añoranza y el dolor que sentimos pueden verse atenuados por una sensación de alivio “era lo mejor que podía haber pasado, así terminará el sufrimiento”. Es entonces, cuando puede aparecer la culpa por el hecho de haber “deseado” inconscientemente la pérdida para así mitigar su dolor y nuestro propio agotamiento.
¿Cuándo debería buscar ayuda de un profesional?
Aunque el dolor y la soledad son emociones que acompañan al duelo y son características de un proceso normal de duelo, hay algunos síntomas que por intensidad y perjuicio pueden llegar a afectar a la salud mental y física en el caso de no ser atendidos por profesionales.
Algunos de ellos:
- Desesperación extrema; la sensación de que por mucho que uno/a se esfuerce nunca logrará recuperar la vida que tenía y que no valdrá la pena el futuro.
- Intenso sentimiento de culpa, lamentándose en lo que hizo o dejó de hacer en el momento previo de la pérdida.
- Ira incontrolada; pensamientos enfocados a vengar la pérdida e irritabilidad constante con personas del entorno cercano que generan distanciamientos.
- Inquietud o depresión prolongadas, con la sensación de estar “atrapado/a o paralizado/a” de manera mantenida por un período de tiempo prolongado.
- Dificultades en el buen funcionamiento, pérdida de funcionalidad, observándose mayor ralentización o incapacidad para conservar su trabajo o realizar las tareas de la vida cotidiana.
- Abuso de sustancias, con el fin de paliar el dolor.
- Ideación suicida que va más allá del deseo pasivo o de la fantasía de poder reunirse con su ser querido.
¿Cómo manejar el proceso de duelo?
- Date permiso para continuar la vida y disfrutar. No te culpes si aparecen momentos buenos, hay que también saber conectar con ellos y, sobre todo, en momentos en los que la situación nos puede llegar a desbordar emocionalmente.
- Permítete conectar con lo que te está ocurriendo en un duelo emocional y expresar lo que estás viviendo, tanto la tristeza como el enfado o bloqueo.
- Márcate pequeños objetivos con la finalidad de no aislarse y recuperar la vida familiar, social, laboral y personal.
Tareas en el proceso de duelo
- Aceptar y reconocer la realidad de la pérdida: con implicaciones más allá del plano individual, también en el familiar y/o social. ¿Cómo? Asimilando gradualmente la realidad de su pérdida y la posterior reconstrucción de nuevos significados en su vida.
- Trabajar las emociones y abrirse al dolor de la pérdida. El dolor que conlleva el duelo puede llevar a la persona a emplear estrategias de evitación y a largo plazo suelen sufrir un colapso y aparecer síntomas depresivos persistentes. Por tanto, conectar con las emociones de culpa, tristeza, ansiedad y enfado es saludable para sobrellevar este proceso.
- Reinventarse a uno mismo, con finalidad constructiva, dado que la pérdida puede afectar a nuestro sistema de creencias y formas de ver el mundo. Además de la reconstrucción de nuestro sentido de existencia e identidad.
- Reelaborar la pérdida y el vínculo, transformándolo y adaptando el presente a un medio dónde la persona está ausente: no solo de forma interna, también externa y espiritualmente.
Lo más habitual en los duelos es empezar a acostumbrarnos a la pérdida de manera gradual, contemplándola y mirando después hacia otro lado, hasta que se convierte en un hecho integrado a la realidad y empezamos a entender las implicaciones que tiene en nuestro propio futuro.
Además, desde el punto de vista familiar, la pérdida de un miembro de la familia supone una crisis que tiene que afrontar todo el sistema viéndose perjudicado el equilibrio homeostático que habían mantenido durante largos períodos de tiempo.
La dolorosa conciencia de la pérdida puede originar pasos hacia delante, pero también hacia atrás. Si bien es cierto que la reorganización y la reconstrucción de la propia vida después de una pérdida importante puede propiciar atascos de muchas maneras en el ciclo del duelo, estos resultados negativos son más probables en los casos de pérdidas traumáticas.
Por ello, contacta con nosotras si te sientes reflejado/a con lo mencionado anteriormente o si crees que tu situación actual se torna difícil e incontrolable. Cuéntanos tu caso y trabajaremos juntas el proceso de trasformación que estás viviendo, para así desarrollar estrategias, mantener las fortalezas y superar la tristeza.
“Todo cambio implica una pérdida, del mismo modo que cualquier pérdida es imposible sin el cambio”
[Cristina Rodríguez Pérez]